Si a uno le gustan las
novelas, escribe novelas; si le gustan los cuentos, uno escribe cuentos. Como a
mí me ocurre lo último, escribo cuentos. Pero no tantos: seis en nueve años,
ocho en doce. Y así.
Los cuentos que uno escribe no
pueden ser muchos. Existen tres, cuatro o cinco temas; algunos dicen que siete.
Con ésos debe trabajarse.
Las páginas también tienen que ser
sólo unas cuantas, porque pocas cosas hay tan fáciles de echar a perder como un
cuento. Diez líneas de exceso y el cuento se empobrece; tantas de menos y el
cuento se vuelve una anécdota y nada más odioso que las anécdotas demasiado
visibles, escritas o conversadas.
La verdad es que nadie sabe cómo
debe ser un cuento. El escritor que lo sabe es un mal cuentista, y al segundo
cuento se le nota que sabe, y entonces todo suena falso y aburrido y fullero.
Hay que ser muy sabio para no dejarse tentar por el saber y la seguridad.
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