Lo que importa más es la vida: el estilo
debe vivir.
El estilo debe ser apropiado a tu
persona, en función de una persona determinada a la que quieres comunicar tu
pensamiento.
Antes de tomar la pluma, hay que saber
exactamente cómo se expresaría de viva voz lo que se tiene que decir. Escribir
debe ser sólo una imitación.
El escritor está lejos de poseer todos
los medios del orador. Debe, pues, inspirarse en una forma de discurso muy
expresiva. Su reflejo escrito parecerá de todos modos mucho más apagado que su
modelo.
La riqueza de la vida se traduce por la
riqueza de los gestos. Hay que aprender a considerar todo como un gesto: la
longitud y la cesura de las frases, la puntuación, las respiraciones; también
la elección de las palabras, y la sucesión de los argumentos.
Cuidado con el período. Sólo tienen
derecho a él aquellos que tienen la respiración muy larga hablando. Para la
mayor parte, el período es tan sólo una afectación.
El estilo debe mostrar que uno cree en
sus pensamientos, no sólo que los piensa, sino que los siente.
Cuanto más abstracta es la verdad que se
quiere enseñar, más importante es hacer converger hacia ella todos los sentidos
del lector.
El tacto del buen prosista en la
elección de sus medios consiste en aproximarse a la poesía hasta rozarla, pero
sin franquear jamás el límite que la separa.
No es sensato ni hábil privar al lector
de sus refutaciones más fáciles; es muy sensato y muy hábil, por el contrario, dejarle
el cuidado de formular él mismo la última palabra de nuestra sabiduría.
Friedrich Nietzsche
(Röcken, actual Alemania, 1844-Weimar,
id., 1900) Filósofo alemán, nacionalizado suizo. Su abuelo y su padre fueron
pastores protestantes, por lo que se educó en un ambiente religioso. Tras
estudiar filología clásica en las universidades de Bonn y Leipzig, a los
veinticuatro años obtuvo la cátedra extraordinaria de la Universidad de
Basilea; pocos años después, sin embargo, abandonó la docencia, decepcionado por
el academicismo universitario. En su juventud fue amigo de Richard Wagner, por
quien sentía una profunda admiración, aunque más tarde rompería su relación con
él.
La vida del filósofo fue volviéndose
cada vez más retirada y amarga a medida que avanzaba en edad y se
intensificaban los síntomas de su enfermedad, la sífilis. En 1882 pretendió en
matrimonio a la poetisa Lou Andreas Salomé, por quien fue rechazado, tras lo
cual se recluyó definitivamente en su trabajo. Si bien en la actualidad se
reconoce el valor de sus textos con independencia de su atormentada biografía,
durante algún tiempo la crítica atribuyó el tono corrosivo de sus escritos a la
enfermedad que padecía desde joven y que terminó por ocasionarle la locura.
Los últimos once años de su vida los
pasó recluido, primero en un centro de Basilea y más tarde en otro de Naumburg,
aunque hoy es evidente que su encierro fue provocado por el desconocimiento de
la verdadera naturaleza de su dolencia. Tras su fallecimiento, su hermana
manipuló sus escritos, aproximándolos al ideario del movimiento nazi, que no
dudó en invocarlos como aval de su ideología; del conjunto de su obra se
desprende, sin embargo, la distancia que lo separa de ellos.
Entre las divisiones que se han propuesto
para las obras de Nietzsche, quizá la más sincrética sea la que distingue entre
un primer período de crítica de la cultura y un segundo período de madurez en
que sus obras adquieren un tono más metafísico, al tiempo que se vuelven más
aforísticas y herméticas. Si el primer aspecto fue el que más impacto causó en
su época, la interpretación posterior, a partir de Heidegger, se ha fijado,
sobre todo, en sus últimas obras.
Como crítico de la cultura occidental,
Nietzsche considera que su sentido ha sido siempre reprimir la vida (lo
dionisíaco) en nombre del racionalismo y de la moral (lo apolíneo); la
filosofía, que desde Platón ha transmitido la imagen de un mundo inalterable de
esencias, y el cristianismo, que propugna idéntico esencialismo moral, terminan
por instaurar una sociedad del resentimiento, en la que el momento presente y
la infinita variedad de la vida son anulados en nombre de una vida y un orden
ultraterrenos, en los que el hombre alivia su angustia.
Su labor hermenéutica se orienta en este
período a mostrar cómo detrás de la racionalidad y la moral occidentales se
hallan siempre el prejuicio, el error o la mera sublimación de los impulsos
vitales. La «muerte de Dios» que anuncia el filósofo deja al hombre sin la
mezquina seguridad de un orden trascendente, y por tanto enfrentado a la lucha
de distintas voluntades de poder como único motor y sentido de la existencia.
El concepto de voluntad de poder, perteneciente ya a sus obras de madurez, debe
interpretarse no tanto en un sentido biológico como hermenéutico: son las
distintas versiones del mundo, o formas de vivirlo, las que se enfrentan, y si
Nietzsche ataca la sociedad decadente de su tiempo y anuncia la llegada de un
superhombre, no se trata de que éste posea en mayor grado la verdad sobre el
mundo, sino que su forma de vivirlo contiene mayor valor y capacidad de riesgo.
Otra doctrina que ha dado lugar a
numerosas interpretaciones es la del eterno retorno, según la cual la
estructura del tiempo sería circular, de modo que cada momento debería
repetirse eternamente. Aunque a menudo Nietzsche parece afirmar esta tesis en
un sentido literal, ello sería contradictorio con el perspectivismo que domina
su pensamiento, y resulta en cualquier caso más sugestivo interpretarlo como la
idea regulativa en que debe basarse el superhombre para vivir su existencia de
forma plena, sin subterfugios, e instalarse en el momento presente, puesto que
si cada momento debe repetirse eternamente, su fin se encuentra tan sólo en sí
mismo, y no en el futuro.
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